"El trabajo os hará libre"

Hace un frio del demonio, y eso que voy bien abrigado. Solo estamos en Octubre, en pleno invierno debe ser mortal, seguro. El viento dobla los inmensos arboles que separan los barracones. Solo se escucha el gimoteo de las hojas al ser arrastradas por la corriente de aire. Algunos grajos escarban en el suelo, buscando algo que ya no debe de estar. Igual ellos son capaces de sentir cosas que nosotros no podemos intuir. Llueve un poco, a rachas, como el viento. En este paramo infernal es dificil guarecerse si no se esta dentro de las simetricas barracas. Hombres, mujeres, niños y ancianos sufrieron hasta la muerte las inclemencias meteorologicas de Sachsenhausen, entre otras muchas mas.
Creado por los nazis en 1936 para recluir, torturar y aniquilar a gitanos, Testigos de Jehova, homosexuales, y adversarios políticos, sustituyo a otro KZ que existió en Oraniemburg unos años atrás. Este pueblo de bonitas casas con jardines generosos donde las figuritas de gnomos y duendes habitan entre la verde hierba y las exuberantes florecillas otoñales, tiene el macabro honor de tener como vecino al primer campo de concertación profesional que crearon los acólitos de Heimrich Himmler. Debe de ser difícil acostumbrarse a vivir al lado de tan espeluznare lugar. Despertarte por la mañana, mirar por el ventanal y ver los restos que quedan de los que fue una de las mas perfectas maquinas de aniquilar seres humanos creada por el hombre.
Aun así, algunos dicen que este era un campo pequeño, que solo aniquilaron a unas 60.000 personas en total, nada que ver con Auswitch o Mathausen. Por ejemplo, la camara de gas solo se utilizo 30 ó 40 veces, aquí preferían los fusilamientos en habitaciones totalmente aisladas con doble muro para que no se escuchasen las detonaciones. Para curarse en salud ponían por la megafonia música de marchas militares a todo volumen. Cuando la Solucion Final se aprovo como medio para eliminar el problema judío, muchos acabaron en este campo hasta que se les trasladaba a otros mas importantes donde su desaparición se gestionaba industrialmente.
Resulta absolutamente sobrecogedor estar al lado de la camara de gas o de las habitaciones de fusilamientos. Mucho peor aun bajar al sótano donde se apilaban los cadáveres, cientos y cientos, hasta que era posible incinerarlos.
Resulta difícil volver a Berlin después de esta visita y poder entender como una sociedad como la alemana fue capaz de crear estas estructuras perfectas para matar y torturar. Una sociedad a todas luces enferma que se vio envuelta en un torbellino de destrucción gracias a las imposiciones de los vencedores de la Primera Guerra Mundial. Eso ya forma parte del pasado, y la existencia actual de este campo de concentración atestigua la necesidad de los alemanes actuales de no olvidar su historia para evitar caer en posiciones tan peligrosas como las que llevaron a Hitler a la cancillería del Reich en los años 30. Todos debemos de aprender de los errores pasados, y mas ahora que la situación económica y social es un excelente caldo de cultivo para los totalitarismos populistas.
En el tren de vuelta, en una de las paradas ha entrado una señora muy mayor tirando del carrito de la compra. El pelo totalmente blanco, grandes orejas, gafas y demostrando una total falta de reflejos en cada paso que daba. Ha conseguido entrar antes de que las puertas se cerrasen, pero al arrancar el tren, la inercia ha provocado que su cuerpo se tambalease empezando a caer lentamente. A su alrededor, nadie ha hecho nada. Nadie ha pestañeado. Nadie ha movido un solo músculo para ayudarle. En el ultimo instante, una chica de origen turco la ha agarrado por el brazo y ha evitado el tremendo golpe. Aun así, nadie ha dicho ni hecho nada. La señora, con la ayuda de la chica, ha conseguido sentarse y pasados unos segundos ha susurrado un "Danke" a la muchacha. Ella le ha sonreído levemente. Antes de llegar a la estación de destino, la señora mayor se ha levantado y con extrema dificultar a empezado a tirar del carro para posicionarse en la puerta. Incrédulo por la actitud de los que la rodeaban, me he levantado desafiante y me he posicionado a su espalda para evitar que de nuevo el frenazo del tren la tirase al suelo. Otra señora se me ha quedado mirando unos instantes como preguntandose para que estaba haciendo eso. Al detenerse el tren, por fin la señora ha salido del vagón y muy despacio se ha dirigido hacia la salida de la estación.
No quiero caer en la trampa facil de sacar conclusiones de un hecho aislado, pero el modo en el que se han comportado me ha puesto nervioso, como a la defensiva. Debe de ser cuestión de educación y civismo, igual cosa del protestantismo luterano. Seguramente es que aun no los entiendo.
Visitar Sachsenhausen es una tremenda experiencia que ayuda a comprender mejor la barbarie oculta que hay dentro de cada ser humano. Todos la llevamos, afortunadamente cada vez menos tienen la oportunidad de sacarla a relucir.

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